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23.8.06

Ciego

(Algo que escribí hace años, está basado en un cuento de Alberto Fuguet que se llama "desorden en las familias" y salió en su libro "Por favor, rebobinar". Por eso un tiempo llamé a este cuento "plagio", jaja, pero no es tan así en verdad, es más
bien una inspiración.)

- Anda a buscar más Coca-Cola, Javi, ¿quieres?.

Intento caminar sin ver. Antes hacia eso, me imaginaba que estaba ciego y no necesitaba tantear las paredes para recorrer la casa larga y estrecha. Claro que en esas ocasiones no había ningún invitado inoportuno obstaculizando el paso, ahora desisto de inmediato, y me veo obligado a esquivar unas pelotas, alguna serpentina o globo botado en el suelo. Además, - y esto no lo hacía antes cuando jugaba “al ciego” como le decíamos con mis hermanos- de vuelta de la cocina me detengo a mirar los ventanales de la pieza de mis papás. Está la puerta abierta y supongo que el brillo de los cristales me atrajo, están tan limpios y sin embargo no me acuerdo haberlos visto sucios alguna vez. “No seas idiota”, me digo, y llevo la bebida a los invitados.

Hay bastante gente, hemos tenido que usar hasta vasos plásticos,la comida y las sillas no alcanzan, están sentados sobre todo los más viejos y la familia del Eduardo, sus papás y el hermano chico, con cara de lateado, El Eduardo y la Mariana están abrazados en el sillón, ahora dicen que van a hablar. Esto se veía venir, pienso, ahora van a anunciar que se casan o algo así.Igual todos ponen cara de sorprendidos, es más, sorprendidos y dichosos, cuando el Eduardo se para y dice con tono solemne que pidieron hora en el registro civil para el 15 de Enero. “Faltan cuatro meses”, pienso. Mi mamá le da un abrazo y se le llenan los ojos de lágrimas al decir que su misión de madre ha sido cumplida, este día su única hija se ha recibido de Fonoaudiologa y ya pronto formará su propia familia, etc. Mientras, la Mariana la mira medio avergonzada, ha estado todo el día igual, en la ceremonia en la Universidad, cuando abrió mi regalo y el del Julio, cuando habló con el papá por teléfono. Aún así se ve bonita, no es porque sea mi hermana, pero yo siempre he pensado que la Mariana podría haber sido modelo o algo así, si tengo amigos del colegio que hasta hoy me preguntan por ella, “¿ya se casó?”, típico.

Yo no tengo nada contra el Eduardo pero creo que ella podría haber elegido algo mejor, mucha carne para tan poco gato, como se dice, claro que esto nunca se lo he dicho a nadie, menos a mi vieja, ella lo adora y él es un zalamero. “Qué parece...” - no puedo sino pensar- “...cabezón y algo grueso, hasta más chico se ve al lado de mi hermana, sobre todo con esos tacos que se puso ella”. En realidad creo que me caía bien hasta el día en que me dijo que mi Margarita era una hippie. “Una hippie hecha y derecha, Javier, bueno , derecha no, porque tú sabes que esos son todos rojos, yo te lo digo porque mi mamá conoce gente en Limache que ubica a su familia, tiene un tío exiliado no sé si sabias...” -“El papá”, le interrumpí, y él se puso serio, por un momento se le borró la sonrisa bobalicona con que ahora mismo mira a mi mamá.

Me dan ganas de que suene el teléfono o algo así. En cambio, es el llanto de Julito el que interrumpe, “yo lo voy a buscar” digo y parto casi corriendo, casi agradecido por evitarme más discursos y abrazos. Mi cuñada me mira con curiosidad.

Cuando entro a la pieza que era del Julio, el Julito, su hijo menor, todavía está medio dormido, con sus manitos gordas se restriega la cara. Siempre he sido bien guaguatero. Incluso mi papá una vez me dijo que cuando chico jugaba con la Mariana a las muñecas, pero, claro, eso no es algo que yo ande siempre contando. Cuando lo paseo un rato y se despierta completamente me doy cuenta de que cada vez se parece más a mi hermano. “Debe ser bonito tener un hijo”- es la frase típica de la Margarita, capaz que cualquier día se decida a ser madre, con o sin mí. En todo caso yo la quedo mirando y siempre le digo que primero quiero agarrarme un trabajo en Santiago, que Limache será muy tranquilo y todo pero mi aspiración no es ser contador de una empresa lechera toda la vida. Además, parece que luego va a salir un traslado para acá por lo menos. Lo que no le digo sí es que todavía no quiero casarme, antes pretendo vivir aquí, por un tiempo. Quiero comer los Kuchen de mi mamá, despertar por las mañanas en mi pieza, no sé, después de todo no estoy tan viejo, el Julio se casó a los 30, todavía me quedan unos años de soltería.

Mirando la pieza que fue del Julio me doy cuenta que falta en la repisa una enciclopedia que era de los dos, cierto es que nunca la pesqué pero tendría que haberme preguntado, -“¿qué se habrá creído?”- le digo a Julito, que me mira extrañado. Tal vez sería bueno revisar la biblioteca, pienso, después de todo son cosas de la casa y cuando el papá vuelva las va a echar de menos.

Pero no voy, en cambio, entro con el Julito a mi pieza, lo siento en la cama y le paso un oso que me regaló una ex, la Sonia, no sé por qué todavía lo guardo, de cachurero, supongo. Por mientras, de aburrido, me fijo en lo descolorido que está el cubrecama, y sin querer me acuerdo de la pelea que tuve con mi vieja cuando quiso botarlo, casi nunca peleamos y pelear por eso..., en realidad fue absurdo, pero así y todo no lo cambió. No sé por qué pero desde que me fui a Limache me sorprendo preocupado por cosas que nunca antes noté. Al comienzo, un año atrás, era lógico que mirara con algo de nostalgia mi pieza, mis cosas, la Josefa Isense que pegué de pendejo en la pared, para burla de todos. Además me duraba poco la tontera. Pero últimamente cuando vengo me descubro recordando algo de cuando tenía diez años o peor, pensando en el diseño de la cerámica del baño, por ejemplo, es atroz.

Vienen mi mamá y la Susana, mi cuñada, que se lleva al Julito. “Gracias”, me dice. Me quedo mirando a mi mamá tratando de imitar la sonrisa insufrible de Eduardo, pero no me resulta.

-Te noto serio, Javi. Te estamos esperando en el comedor, ¿qué te quedaste haciendo?.

-No es nada, estoy muerto si, una semana pesada y no he parado desde temprano.

-Tal vez debiste viajar el sábado, como siempre.

-¿Y perderme lo de la Mariana?, imposible. Estuvo bueno, ¿cierto?.

-Si...- Se sienta en la cama y me hace cariño en el pelo. Se queda viendo el cubrecama. Me pregunto si se acordará de la discusión por él. Me siento ridículo.- ...Y ahora que se casa queda lo más complicado, preparar la fiesta, el vestido, financiar la luna de miel...

Me guiña un ojo, nos reímos, “Parece que la que se va a casar es Usted”, le digo, “Casi”, me contesta. Se pone seria y me dice que soy el primero en saberlo:

-La Mariana y el Eduardo me ofrecieron que me fuera a vivir con ellos, que esta casa es muy grande para una sola persona. Yo al principio me negué pero insistieron que no había problema y al final dije que bueno.

Silencio. Pasa un momento en que se escuchan claramente las risotadas del Julio en el comedor.

-¿Y la casa?.- Es lo único que atino a decir.

-La arrendamos y ya. O la vendemos, quizás sea lo mejor, está bastante vieja, prácticamente se está cayendo a pedazos, mira no más ese muro como está, estoy aburrida de perder plata en ella...

La Mariana se asoma a la puerta, me da la impresión que estaba escuchando lo que hablábamos, que se van los tíos, que vayamos a despedirlos, dice. Mi mamá ya está casi afuera cuando le digo, grito, casi:

- ¿Y el papá?. Esta casa también es de él.

Se detiene y por encima del hombro me responde:

- Tu papá está en otra, Javier.

Me quedo escuchando como los tíos se despiden y por la ventana que da a la calle miro como se suben al Nissan Rojo Italiano de la tía, sin embargo es el tío Oscar el que maneja. Cierro la puerta de mi pieza y sin pensarlo rajo en dos el poster de la Isense, el papel decomural verde estaba más oscuro detrás y ahora se ve un rectángulo donde antes posaba la modelo un bikini dorado de los 80’. “En otra”, murmuro, “en otra”. Yo soy hombre, sé cómo son los hombres, la soledad nos complica más que a las mujeres y en otro país además, con otras costumbres y sin familia cualquiera se equivoca. Sin contar con que Brasil está lleno de minas ricas. Pero no por eso uno va a echar todo al tarro de la basura. “Mi mamá está exagerando”, digo en voz alta y apoyo la espalda en la puerta.

A lo lejos se escucha la risa del Julio y en la pieza contigua el Julito se pone a llorar. Me da pena, “Soy guaguatero, siempre me da pena el llanto de las guaguas”, me digo.

meverascaer at miércoles, agosto 23, 2006

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